La base de la crisis fue la acumulación de una deuda de aproximadamente 320.000 millones de euros, que el país no está en condiciones de pagar puesto que durante muchos años el país estuvo gastando más dinero del que producía y financiando ese gasto a través de préstamos.
El problema se volvió urgente cuando la crisis financiera global limitó el acceso griego al crédito, lo que motivó la intervención de los otros países de la eurozona temerosos de una posible cesación de pagos.
El primer paquete de ayuda financiera a Grecia fue aprobado por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional en mayo de 2010, poniendose a disposición del gobierno griego 110.000 millones de euros.

Las medidas llevadas a cabo han tenido como principal objetivo salvar el euro, y por el momento así han sido, pero estas medidas no han hecho nada por mejorar la situación de Grecia. De hecho, se estima que la economía griega se ha reducido en un 25% desde el inicio de los programas de austeridad, con un desempleo del 26%, siendo millones los que viven bajo la pobreza.

El gobierno griego no quiere abandonar la eurozona, aunque las negociaciones todavía podrían fracasar, y si no existe voluntad política para mantener a Grecia en el euro, lo que digan las actuales leyes y reglamentos de la Unión Europea podría no importar y si el Banco Central Europeo decide detener completamente el crédito hacia Atenas, las autoridades griegas no tendrían más opción que empezar a imprimir su propia moneda y así mantener su economía.
Si Grecia saliera del euro afectaría negativamente a la moneda europea y aumentaría la inestabilidad en países con un peso mayor en la economía global e importantes pérdidas de dinero para varios países europeos, además, también está el riesgo de un contagio político.
Ana Valdayo
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